martes, 19 de febrero de 2013

“La Rosa del Desierto” (para mi amiga Ana)


Seguro que ustedes también tienen un lugar, un momento de su vida a donde volver cuando están cansados, han tenido un mal día o simplemente, necesitan sonreír por dos segundos siquiera. 
A un servidor de ustedes eso le sucede en las noches de guardia, cuando andas bailando por las plantas a las tantas de la mañana: cuando acabo el aviso, me siento delante de una de las grandes ventanas acristaladas del Hospital con una taza de chocolate caliente en la mano, mientras miro el cielo y las estrellas ( si las hay). 
Entonces, echo la vista atrás y me veo con casi diez años menos, un poco más de pelo, muchísimo más inocente y con un montón de ilusiones en el morral. Y me veo tomando otra taza de chocolate a altas horas de la noche con mi compañera inseparable de guardias, comentando las anécdotas de la jornada, medio somnoliento, mientras veo una vez más esa sonrisa perenne en su rostro brotar, aliviando fatigas y dolores. Ana es la calma en medio de la tempestad, el puerto seguro en medio de la galerna, la Rosa del desierto que florece (nadie sabe bien cómo) en medio de arena yerma y dunas…Ana siempre te hace levantarte, está presente aunque no la veas y ahuyenta la oscuridad. Ella provoca la misma sensación que un amanecer en la sabana africana cuando el Sol se alza, llevándose la oscuridad y los miedos que encierra. 

Pensar en ella cuando la tormenta arrecia es como mirar un cielo estrellado en una noche de verano desde el tejado de tu casa mientras suena tu canción favorita…y lo sé por experiencia: tuve el placer de conocerla hace veinte años, y de tratarla en los últimos trece, especialmente en los primeros años duros de Residencia, cuando los sinsabores de la inexperiencia jugaban malas pasadas y los momentos de descanso y diversión eran deliciosos si ella estaba cerca…

En fin, que ese es mi Camelot particular. 

Quería contárselo para que vean que, hasta de los recuerdos se pueden sacar fuerza, y que somos el resultado de las alegrías, tristezas y esperanzas de un montón de gente que nos ha acompañado en el camino, a la cual no podemos fallar: los míos son Nacho, Rafa, Arancha, Jesús, Iván, Pablo, Mara, Rosa, Sergio, Beatriz, Begoña, Timena, Katia y un largo ectétera que incluye hijos, cónyuges y familia. Todos ellos han reído y llorado con nosotros, por lo que debemos intentar honrar su memoria haciendo lo único que podemos hacer: seguir adelante, a pesar del viento del desierto. Se lo debemos, nos lo debemos…por eso les cuento hoy esta historia. Bueno, y también para decirle a Ana lo mucho que la quiero, aunque no se lo dijera lo suficiente los años que nos veíamos con más asiduidad. Gracias amiga mía y que sigas siendo muy feliz.

Dr. Ángel Fernández